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Realizar un estudio coherente de la poesía dieciochesca implica hoy, todavía, excesivas dificultades. Por un lado, el llamado Siglo de las Luces sufre con demasiada frecuencia la visión negativa que legara la crítica romántica, tan opuesta a él, no sólo en interpretaciones estéticas sino también políticas, sociales y culturales, en general. Por otra parte, la lírica de este siglo está necesitando estudios más profundos y desapasionados: análisis parciales sobre escritores, ediciones de obras, recuperación de otros muchos escritos, tanto de crítica como de creación, que hoy únicamente son conocidos por muy pocos especialistas. Sólo después, cuando ya haya acopio de datos suficiente, cuando se conozcan la mayor parte de los textos poéticos escritos, será posible dar interpretaciones más certeras y ecuánimes. Mientras tanto, iremos aventurando opiniones provisionales que intenten acercarse, en la medida de lo posible, a la realidad de una época en la que la poesía sigue siendo un género literario importante, pero que, quizá, exige unas claves interpretativas más historicistas y sociales, desligadas de nuestra concepción moderna del hecho poético.

La crítica tradicional ha sabido distinguir en la lírica del siglo XVIII dos periodos bien diferenciados, coincidentes en su evolución con otros géneros literarios: la poesía de tradición barroca y la nueva poesía dieciochesca. Así, el tradicional estudio, tan meritorio en la recuperación de datos y tan desafortunado en interpretación, de Leopoldo Augusto de Cueto, Marqués de Valmar, marcó esta línea que ha sido seguida por la mayor parte de los críticos despreocupados. Sólo los estudiosos más recientes han intentado analizar con más profundidad y desapasionamiento esta poesía. Algo que llama a primera vista la atención es la consideración unitaria, sin matizaciones, de la nueva poesía dieciochesca, a la que se denominaba «poesía neoclásica». Últimamente se han empezado a marcar unas líneas de cambio y diferenciación dentro de esta producción. Sin embargo, sigue existiendo todavía excesiva confusión.

Recordemos, a modo de muestrario constructivo, las opiniones más significativas a este respecto en la última década. El profesor J. L. Alborg, en su monumental estudio del siglo XVIII, sigue la línea tradicional en la distribución general, aunque en los análisis particulares haga algunas matizaciones:

«la primera mitad viene a representar una continuación de la lírica barroca del Seiscientos, que prolonga penosamente su decadencia; luego, hacia mediados del siglo, el mundo ideológico y la sensibilidad propia de la época están ya lo suficientemente difundidos para despertar una nueva expresión que es la que viene calificándose de poesía neo clásica»

(«La lírica en el siglo XVIII»..., p. 365)                

Reconoce después, en esta segunda mitad de siglo, «diversidad de rumbos poéticos», pero no analiza sus caracteres y circunstancias, aunque acepta la clasificación de J. Arce.

Los estudios del hispanista inglés N. Glendinning tampoco introducen mayores matizaciones sistemáticas, que por la definición preliminar parece más bien hacerla coincidir con la poesía ilustrada. Sin embargo, el análisis de los autores le obliga a hacer diferenciaciones.

Los estudios más innovadores, en este sentido, son los del profesor italiano M. di Pinto y los de los españoles Francisco Aguilar y Joaquín Arce. Fue este último quien se planteó por primera vez, con seriedad, este problema en dos estudios fundamentales para el crítico de la poesía dieciochesca («Rococó, neoclasicismo y prerromanticismo en la poesía española del siglo XVIII» y «Diversidad temática y lingüística   -24-   en la lírica dieciochesca»), que sirvieron de base a otros análisis de conjunto posteriores. En ellos se marcan y se analizan, en sus temas y lenguajes, los movimientos que, en su opinión, configuran el quehacer poético en la segunda mitad del siglo XVIII. En sus trabajos posteriores ha profundizado en la misma línea. Así, distingue distintas corrientes promovidas por generaciones de poetas que han vivido estímulos sociales y culturales distintos:

-primera mitad de siglo, reinado de Felipe V (1700-1746);

-escritores que escribieron y publicaron en torno a 1750, reinados de Fernando VI (1746-1759) y principios de Carlos III (1759-1788);

-poetas de la Ilustración: desde, aproximadamente, 1770 hasta principios del XIX y corresponde a la plenitud del reinado de Carlos III y al de Carlos IV (1788-1808).

Sin embargo, confiesa la no posibilidad de periodización en escuelas o tendencias que estudia aparte: posbarroco, rococó, neoclasicismo y poesía de la Ilustración. En resumen, dice:

«Lo característico del siglo en su culminación, a partir de 1770, es la influencia de corrientes poéticas asignables a escuelas distintas».

Answer:

contemporary Significance. Sonnets remain significant because they offer examples of how strict, formal poetry can also offer some flexibility to authors.

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